Experimento
fallido
Una pantalla
central de grandes dimensiones deja ver, uno a uno, los resultados de los
experimentos.
Caso 9187 inserto en cuadrante Alfa 100. Sujeto A: Asesino Serial. Sujeto B: Prostituta. Resultado: Positivo. Desarrollo: Según lo pre establecido en Directiva A. Asesinato cumplido, asesino capturado.
Se llaman “Vías Muertas” a seres humanos que no encajan en ningún grupo social.
Todos los seres humanos son
manipulados desde la Central de Control para establecer Directivas de
Comportamiento y Acciones en patrones de movimiento.
Cada ser humano
tiene un patrón pre establecido y constante de movimiento de inserción social y
así es, indefectiblemente, como la Corporación Mundial quiere que se mantenga.
En la pantalla, se visualiza el Caso 3756 inserto en el cuadrante 123X, en pleno desarrollo experimental.
La luna llena, iluminándolo todo como un gran farol de luz blanca; un viejo puente ferroviario
es un fantasma sobre el río que corre de norte a sur.
Germán apoyado sobre el barandal pierde su mirada en el agua que morirá en el mar. Acaricia una soga como pidiendo respuestas que nunca querrá oír.
Su mente
sumergida en la estúpida niñez scout, decidiéndose que nudo hacer para su
cometido; un corredizo en un extremo y un ballestrinque en la baranda, le
habría aconsejado su guía.
Irene mira el nacimiento del río como añorando algo perdido. Un bolso aferrado con ambas manos es la única pertenencia lograda en sus veintiún años de vida.
Se toma unos
segundo para respirar profundo y dejar caer alguna lágrima que se perderá en
los hierros del puente.
Antes de
continuar su camino, nota un cuerpo oscuro sentado en la orilla opuesta a ella.
Deja en el piso su bolso y cruza, con un ritmo cansino, las vías del tren.
-Hola, mi nombre
es Irene, ¿buscando el camino fácil, amigo?- pregunta la chica.
-Noup, sólo hago
uso de mis cinco segundos de “cordura”- responde Germán sin levantar la vista.
-Está bien, a
veces ese tiempo es lo único nuestro en esta vida, cada cual lo malgasta como
quiere-
-Debe ser muy
fácil hablar para los que ignoran- respondió el muchacho, -sólo tienen que
limitarse a eso… a hablar- dijo con un tono de fastidio.
Irene introdujo
una de sus manos en el bolsillo de su campera y acarició un pequeño paquete y
respondió: -Seguro, al menos los que hablamos no tomamos el camino fácil. Es
más, apostaría el dinero que tengo en mi bolsillo a que no dejás nada
explicando tu decisión a las personas que te aman- sonrió Irene con soberbia.
-Ganarías la
apuesta, porque las personas que me aman sabrán entender que sólo así dejaré de
ser un daño, un fracaso continuo… un perdedor.- gutureo Germán hastiado.
-Eso no te
libera de que elegiste un camino fácil. Extremos de una soga que termina con
TUS problemas… el resto que se joda-
-Qué mierda te
importa. ¿Por qué no seguiste tu camino? Yo no te pedí nada, este es el lado de
las vías de los que queremos irnos… aquel, el tuyo, el de los que todo lo
saben. ¡Llevate a los fantasmas de tus hombros para allá!- gritó el muchacho
con dolor y rabia, apurando los nudos de la soga.
-Tenés razón, no
me importa. Acertaste, los fantasmas de mis hombros son tantos y tan pesados
que me obligan a correr hasta de mí misma. Y todo por doscientos mugrientos
pesos- se sumergió Irene en sus dudas.
Irene se tomó la
cabeza con ambas manos, mientras Germán terminaba el nudo corredizo. El
muchacho, sin dudas, apoyó su mano en el hombro de la chica y balbuceó
-Perdoname,
siempre creo que el único mundo que existe es el mío. No creo que te sea de
mucha ayuda, pero si te sirve me puedo llevar algunos de tus fantasmas en mi
viaje-
-No, gracias-
respondió Irene, -contigo se olvidarían y no me
puedo permitir eso, el olvido-
Hizo una breve
pausa y continúo con su relato –Sabés, el alimento de ciento cincuenta chicos
dependía de mí. Para la mayoría, la única comida del día y cambié eso por
doscientos pesos.-
-Manejo un hogar para niños indigentes, y hoy a la tarde dos tipos me dieron plata para que desapareciera todo, la indigencia es mentira, me dijeron. Sabés por qué acepté. Soy adicta y esta plata se transforma en merca para mi escape.- lloró Irene
-Ja, hablando de
caminos fáciles- comentó Germán que escuchaba atentamente.
-Así es, en el
fondo vos y yo no debemos ser muy diferentes, pero en tu camino no se arrastran
recuerdos.-
-¿Qué loco, no?
Rifaste el futuro de los pibes, me querés evangelizar, pero en lugar de
comprarte merca, huiste y querés apostar un dinero que te quema las manos. Da a
puerta de esperanza para vos, pero yo de eso no sé nada y mis cinco segundos
está corriendo.- dijo Germán con voz pausada y meditativa.
-Es cierto, cada
cual a su destino. ¿Cómo me dijiste que te llamás?- pregunto Irene como para
cumplir.
-No te dije, soy
Germán y fue un gusto conocerte. Quién sabe, si esta encrucijada hubiera sido
antes… quien sabe- respondió Germán.
Ató la cuerda a los fierros y dijo:
-Escuchame
Irene, en ese morral dejo algunos pesos y algunas pavadas más, dónde voy no las
necesito, llevalas-
-Chau Germán-
dijo Irene encaminándose a las vías
De la nada, como una bestia enfurecida, apareció una locomotora pitando broncas y odios al cielo. Una luz blanca encegueció a la chica quien sólo atinó a estirar sus manos como rogando poder parar los fierros embravecidos.
Germán, con la soga en su cuello, se desesperó y corrió hacia Irene.
Un puente ferroviario que cobra vida con las luces del amanecer. Una soga atada al barandal colgando sobre el río. Unos billetes volando hacia un bolso que yace solo en el piso.
El Apócrifus